Impresionante la masiva manifestación del sábado de la ciudadanía navarra. Nada que objetar a la participación, entre la que los venidos de fuera éramos una irrelevante minoría. El tiempo también acompañó. No demasiado frío, ventoso y, en algunos momentos, soleado. Los pro-terroristas de LAB tuvieron que tragar saliva y, si acaso, mascullar algunas provocaciones en las cercanías de la Plaza del Castillo y de la Iglesia de San Nicolás que, por lo que yo vi, no dieron lugar al enfrentamiento físico violento que sin duda buscaban.
Decía Miguel Sanz, de forma repetitiva, que el futuro de Navarra lo deben de decidir los navarros. Yo estaría de acuerdo si de lo que se trata es de la política corriente del día a día. Si estamos hablando, como parece, de la separación o no de Navarra del resto de España y de su integración en una nueva comunidad autónoma con las provincias vascas, con el evidente objetivo de éstas de arrastrarla a la escisión, no puedo estar de acuerdo. En ese caso la nación española en su totalidad tiene también que pronunciarse. Y ello con independencia de lo que digan las disposiciones transitorias de la propia Constitución.
Por otra parte el lema de la propia manifestación, en lo que hace referencia al mantenimiento del insolidario fuero navarro, nos retrotrae a épocas medievales en las que la Navarra se encontraba constreñida dentro de horizontes territoriales reducidos y no formaba parte de una unidad superior como es España. No parece compatible defender, como de hecho así ocurrió en la manifestación, la radical españolidad de Navarra y, a la vez, pedir el mantenimiento de privilegios, fundamentalmente económicos, frente al resto de los que integramos la nación española. Porque la realidad es exactamente esa: los privilegios se reivindican frente al resto de los españoles.
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