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Thyratrón de Argón

sábado, 17 de abril de 2010

Meditaciones del caminante. Castilla

Soy uno más de los miles de personas que este año jubilar de 2010 han terminado o terminarán de realizar el Camino de Santiago, con el abrazo final al santo.

A lo largo del denominado “Camino de Madrid”, que discurre a través de la otrora llamada Castilla la Vieja (Segovia - Valladolid) para enlazar en Sahagún con el “Camino Francés”, he tenido la oportunidad de conocer paisajes y, sobre todo personas (especialmente en la última parte del recorrido, entre Sarria y Santiago), sobre las que me resulta obligado dejar constancia. Recojo en este primer trabajo algunas de mis notas del tramo por tierras castellanas.

De la primera parte del Camino, una vez abandonada la Comunidad de Madrid por el puerto de la Fuenfría y ya dentro de las mencionadas provincias castellanas de Segovia y Valladolid, impresiona sobre todo la sobriedad de sus gentes. No es un tópico, el castellano es, como su tierra: seco, poco dado a las florituras. Destaca la falta de adornos tanto en el lenguaje de sus naturales como en las fachadas de sus casas. Esta sobriedad, este espíritu duro, capaz del aguantar el sufrimiento, ese que se palpa en la sequedad del paisaje, hace que el castellano se funda en una única cosa con su propio horizonte. Las casas de adobe, piden permiso al paisaje para pasar desapercibidas, no hay colorido en las fachadas ni geranios en los balcones.

Por todos estos pueblos he visto esas caras resecas, agrietadas, del color ocre de la propia tierra castellana, acentuando esta sensación la casi absoluta falta de niños, de sus gritos y de su inconsciente alegría. Porque este es otro de los dramas de estos pueblos: fueron pero no son. Sus pueblos, casi vacíos, están habitados principalmente por personas mayores, pensionistas, gentes económicamente no productivas, sin ganas ni oportunidad de iniciar proyectos de futuro. Por todas partes se respira el final del trayecto, tanto en lo personal como en lo económico. Muchas casas de fachadas blasonadas se ven en la absoluta decadencia que precede a su ruina final.

Mi primera pregunta es ¿ha sido siempre así? ¿Cómo ha llegado Castilla, en una etapa de la historia a ser la potencia dominadora del mundo? ¿Fue por el carácter de sus gentes, por la sabia dirección de sus dirigentes o por una conjunción de ambos factores? ¿Fue tal vez consecuencia lógica de disponer de un “software superior”, de un producto que no necesitaba márketing para venderse, un estilo de vida, una concepción del mundo destinada a triunfar? No es mi propósito responder a esas preguntas, entre otras cosas porque no me siento capacitado. Ahí las dejo como hitos que marquen la necesidad de mayor estudio.

De esa Castilla cuatro imágenes para mí sorprendentes: sus iglesias románicas y mudéjares, los inmensos pinares de Valladolid, el derrumbamiento del tópico de la planitud de Castilla y la, para mí, insospechada infraestructura del Canal de Castilla.

Empezando por éste último, el Canal de Castilla es uno de los proyectos más relevantes de ingeniería civil de la España de la Ilustración. Se trataba de habilitar una vía fluvial de transporte que solucionase el problema de sacar los excedentes agrarios de la región, cereales en su mayoría, hacia los puertos del Cantábrico. Al mismo tiempo, el Canal pretendía constituir una vía de comunicación capaz de paliar el secular aislamiento de la meseta castellana. Es decir que, desde postulados actuales, puede decirse que para la época, el Canal pretendía ser al mismo tiempo una autopista, un tren de alta velocidad y un grueso cable de fibras ópticas.

Aunque los antecedentes del proyecto se remontan a los siglos XVI y XVII, no fue hasta mediados del XVIII, en plena Ilustración, cuando el Marqués de la Ensenada propone a Fernando VI su construcción. Dos años más tarde, el ingeniero Antonio de Ulloa, presenta el “Proyecto General de los Canales de Navegación y Riego para los Reinos de Castilla y León”. Las obras de este grandioso proyecto dieron comienzo el 16 de julio de 1753, bajo la dirección del propio Antonio de Ulloa si bien se paralizaron un año más tarde cuando ya se habían construido alrededor de 25 Km. En 1759 las obras se reanudan en Alar del Rey (Ramal del Norte), terminándose 32 años después (en agosto de 1791), cuando las aguas del tramo Norte se unen al previamente construido Ramal de Campos en Calahorra de Ribas.

Con todo, del proyecto inicial sólo se construyó algo más de la mitad. Una vez más, se demuestra que los españoles somos capaces de realizar grandes esfuerzos y las más tremendas heroicidades siempre que éstas se nos exijan solo durante cortos periodos de tiempo. Hay algo, que probablemente se transmite con nuestros genes, que nos hace desfallecer en cuanto se requiere un esfuerzo continuado, constante, tal vez no tan heroico, pero si más duradero. Sea como sea, el proyecto inicial contemplaba 4 tramos o canales, capaces de unir Segovia con Reinosa, para atravesar después la cordillera Cantábrica y llegar al mar por el puerto de Santander.

Del tramo Norte, que pretendía unir Reinosa (Cantabria) con Calahorra de Ribas (Palencia), solo se construyó desde Alar del Rey hasta Calahorra de Ribas. El ramal Canal de Campos, desde Calahorra de Ribas (Palencia) hasta Medina de Rioseco (Valladolid), se construyó en su totalidad, al igual que el tramo Sur, desde el Canal de Campos hasta desembocar en el Río Pisuerga en Valladolid. Finalmente, el Canal de Segovia, que debería unir Segovia con Villanueva de Duero (Valladolid), nunca fue iniciado.

Formando parte del Canal, en nuestro camino, podemos ver numerosas obras de ingeniería capaces de facilitar la navegación (dársenas, esclusas, presas, acueductos, puentes, etc...), también construcciones industriales: molinos, almacenes, etc.

“Ancha es Castilla” estamos acostumbrados a oír, para indicar que aquí hay sitio para todos, incluso para que aquellos que no quieren verse, no se vean. Y es verdad, Castilla es ancha pero no plana. El tema de la planitud de estas tierras es algo que puedo discutir con cualquiera después de haberla recorrido arriba y abajo durante los alrededor de doscientos kilómetros del trazado del Camino de Santiago (Camino de Madrid) que trascurren por las provincias de Segovia y Valladolid.

Otra sorpresa. Los inmensos pinares de Valladolid. Tradicionalmente estamos acostumbrados a ver pinos en aquellos lugares en los que no es posible la supervivencia de otras variedades de árbol. Así el pino, por ser más duro, es desplazado de las llanuras y lugares protegidos del frío, la nieve, los vientos y los hielos y “reina” de manera casi sin competencia en la media y alta montaña, donde “los que no son del mismo Bilbao” no se atreven.

Pero, ¿por qué está Valladolid lleno de pinares? Si, es verdad que en el invierno hace frio y hay heladas, pero en estas cotas la población autóctona debería ser de robles, quejigos, encinas… De hecho, ese tipo de árboles eran los que predominaban de manera autóctona antes de que la sobreprotección a la Mesta originase la deforestación sistemática de las tierras de Castilla. Fue Felipe II quien, tratando de poner remedio, dictó las primeras medidas para repoblación forestal en España, y esta repoblación se hizo a base de pinos que vinieron a remplazar a los encinares y robledales, en razón a que estos últimos son de crecimiento muy lento.

Se plantaron miles de hectáreas de pinos, se nombraron guardabosques para cuidarlas y se multaba a quienes causasen daños en los pinares. Todo un ejemplo de política a seguir, y eso que entonces no había ministerios ni consejerías de Medio Ambiente ni, seguramente, concejales responsables del tema en los municipios.

El arte mudéjar es una característica única de España y corresponde con las construcciones religiosas con influencia constructiva árabe, asentadas en los territorios que se van liberando durante los siglos XII y XIII como consecuencia del progreso de la Reconquista.
Son característicos los materiales utilizados: ladrillo, madera, yeso y azulejos, aunque también hay realizaciones en sillares de piedra, más utilizados en los estilos netamente cristianos. Las estructuras arquitectónicas a menudo se basan en patrones cristianos por lo que es frecuente encontrar plantas de edificios de inspiración románica o gótica. Sin embargo, es frecuente que las cubiertas sean de artesonado de madera, característica hispano-musulmana. El tramo castellano-leonés del camino de Madrid está literalmente plagado de este tipo de construcciones. Entre los ejemplos que he podido constatar: Iglesia de Santo Tomás en Arenillas de Valderaduey, Iglesia de San Pedro en Alcazarén, Iglesia de San Gervasio en Santervas de Campos, etc.

Ahora que el pueblo español está diluyendo la práctica religiosa y perdiendo la fe cristiana en beneficio de otras confesionalidades más “actuales” como el hedonismo, el individualismo, el consumismo, etc., que también en parte nos vienen de fuera. Ahora, repito, me gustaría poder hacer volar “La máquina del tiempo” y observar, conversar y entender aquellas mesnadas cristianas imbuidas de tan firme confesionalidad que les impelía a matar y/o morir en defensa de su concepción religiosa y de su civilización. No cabe duda de que debieron ser tiempos muy duros, pero a la vez eran sin ninguna duda, mucho más auténticos.

El ZPelele del gran Francisco de Goya

El ZPelele del gran Francisco de Goya