La inexistente mística de los partidos políticos se justifica y se soporta en la defensa de unos intereses económicos o en la subversión aparente de esos mismos intereses económicos particulares o privilegios de clase. Ni una sola referencia a la integridad y dignidad del ser humano o a valores transcendentes al puro materialismo imperante por doquier. La existencia del ser humano se ha quedado así reducida a un inmenso y tibio establo de engorde y placer permanente, en el que todo es lícito, menos cuestionarse el sentido de la propia existencia y de la organización social.
Los partidos políticos solo viven el corto plazo (la legislatura actual o, como mucho, el inicio de la próxima), por eso no tienen ningún reparo en hipotecar valores permanentes como la Patria. En esta permanente huída hacia adelante, el entramado de popa de todos los partidos parece llevar inscrito el lema “El que venga detrás que arree”.
Los partidos políticos se sostienen con subvenciones estatales, es decir, con el dinero de todos, incluyendo el de los que no creemos en su necesidad ni en su aportación positiva al desarrollo social. Las cuotas de los militantes son prácticamente inexistentes y dejan paso a otros mecanismos de financiación “estandarizados” como la corrupción urbanística, de la que tan abundantes muestras encontramos por doquier.
Al calor del poder y del dinero fácil que tan generosamente otorga la participación en la política, no puede resistirse el político profesional, que defiende lo que le echen con tal de que no le echen. Así nos encontramos en la cúspide de los partidos con gentes sin formación, estudios, ni preparación, que no durarían ni un día de botones en una empresa privada y que no han hecho otra cosa en su vida que vivir de la política, porque no saben, ni están capacitado para hacer otra cosa. Estas gentes, pueden llegar a ser Secretario General de un partido, Ministro de Industria (sin haber visto una fábrica en su vida) o Presidente de una Comunidad Autónoma, sin aportar más méritos que su incondicionalidad hacia quien les nombra.