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Thyratrón de Argón

viernes, 30 de enero de 2009

Papá: ¿Por qué somos del Atleti?

Vaya por delante que no soy aficionado al balompié y que jamás he asistido como espectador a un campo de fútbol. Si he visto, por la televisión, algunos partidos de la selección nacional española, más por fervor patriótico que por afición a ver correr por el campo a 20 tíos medio en pelotas, dispuestos a pegar zapatazos a diestro y siniestro e incluso, alguna vez, al propio balón.

Me he sentido obligado a escribir el párrafo anterior para que todo aquél que pensaba que iba a decir algo de fichajes, de lo mal que se portan los árbitros o de los millones que se piden por tal o cual jugador, tengan excusa para abandonar de inmediato estas líneas sabiendo que no se pierden nada que les pueda interesar. De este modo ganaremos todos: ellos porque se ahorrarán el pequeño esfuerzo que significa la lectura y yo porque no me sentiré traidor a sus expectativas.

Esta breve reflexión viene al hilo de un anuncio que pudimos ver, ya hace algún tiempo, por la televisión. En una sociedad en la que el triunfo -ya sea en el trabajo, en las finanzas, en el amor, etc. - es imprescindible para lograr la felicidad, un niño se pregunta y pregunta a su padre, por qué han elegido mal. Por qué no puede presumir, como lo hacen otros niños, del golazo que metió Pepé, Cacá o Lulú, o del paradón que hizo Cuadrillas ante el disparo envenenado de tal o cual delantero del equipo contrario.

Esa tristeza de no ser como los demás, cuando significa ser tratado de manera inferior o inhumana, es similar al sentimiento que podemos predecir en el niño del pijama a rayas, o en aquel negrito de Soweto de los tiempos del apartheid, que sentía en sus carnes el amargor de la segregación racial.

Pero esto de ser del Atleti hay veces que no sólo no es negativo, sino todo lo contrario, denota un marchamo de calidad. Que se lo pregunten a la actual número tres del PSOE, Leire Pajín Iraola, hija de José María y Maite, que con la leche tibia de sus primeros biberones, recibía también el fluido ideológico de la más pura ortodoxia socialista.

En eso tan cursi que llamamos los países de nuestro entorno, los lugareños (vulgo ciudadanos) vigilan con el rabillo del ojo lo que hace el partido en el gobierno y, en función del resultado de esa vigilancia, deciden a quién votarán en las siguientes elecciones. Es decir, se parte de que la idea o el programa triunfante son buenos y únicamente se constatan los resultados prácticos del ejercicio del poder, para confirmar o rectificar la dirección de la política nacional.

En este sentido, se presupone que el elector es libre y capaz de evaluar, conforme a sus propias creencias personales, los resultados y la magnitud de los retos a los que se ha enfrentado el gobierno y, en un ejercicio de objetividad, decidir a quién otorga su confianza.

En España esto no ocurre así. Nadie dice que votará a tal o cual partido porque lo cree más oportuno para afrontar los retos del futuro inmediato, sino que se dice “yo soy de izquierdas” (mucho menos frecuente es oír “yo soy de derechas”, aunque a los efectos de mi razonamiento da lo mismo). Y “ser de izquierdas” significa que no hay que darle más vueltas, que todo lo que haga un gobierno que se autocalifique de izquierdas (aunque ni siquiera lo sea) está bien y por tanto, yo le seguiré votando.

Ni que decir tiene que el partido triunfador, una vez en el gobierno, ya se ocupará de simplificar todo lo posible para que el votante no tenga siquiera que hacer el esfuerzo de preguntarse si el receptor de su voto está ejecutando una política de izquierdas (o de derechas, en su caso). ¡A mí que no me mareen con complicadas disquisiciones, yo soy de izquierdas y punto! ¿No querrán que preocupe de enterarme que es lo que piensan hacer? Si son de izquierdas, son de los míos.

Llegados a este punto, nos podríamos preguntar: “Si cada persona vota siempre al mismo partido, con independencia de lo que haya hecho en, o con, el poder, ¿Por qué no gana siempre el mismo partido?” Buena pregunta. Sólo hay una explicación para el cambio político: que suceda algo que haga que todos los potenciales votantes de una opción se movilicen y vayan a votar el día de las elecciones, mientras que los de la otra opción se “acongojen” y no vayan. Creo que sobran ejemplos.

El ZPelele del gran Francisco de Goya

El ZPelele del gran Francisco de Goya