Ambas filosofías pertenecen a la misma realidad poliédrica que, a veces, toma la faceta pseudo democrática para obtener el poder y desde él secretar hacia la sociedad los penetrantes fluidos separatistas: odio a España, potenciación del hecho diferencial hasta convertirlo en el eje y el centro de la existencia, desprecio de lo que se considera ajeno, superioridad de lo propio, invención de una historia, una lengua, una fonética y hasta un alfabeto con grafía propia, afán expansionista (imperialista)…
A la lumbre de las ideas separatistas y de su política del día a día, se engendra, crece y realimenta el terrorismo de la muerte, la coacción, el amedrentamiento, la bomba y, lo que es tanto o, si cabe, más grave: la autocensura del ciudadano que termina por no expresar libremente ni sus ideas, ni sus emociones. Se vuelve cobarde, renuncia a su libertad y, poco a poco, termina asumiendo los postulados de sus torturadores como único salvoconducto para una vida sin problemas.
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