Sé que estoy pidiendo un esfuerzo de generosidad a las fuerzas políticas que nos gobiernan y también a las que, si Dios no lo remedia, constituyen la alternativa que nos gobernará después. Les pido, ¡ahí es nada!, que piensen en el futuro de España. Que por un momento olviden salir bien en la foto de las próximas elecciones y se pongan a trabajar en construir lo que de verdad necesitaremos a medio plazo. Ya lo sé. Puede que si inician esa política de horizonte lejano, el éxito de la inauguración se lo lleve su competidor político pero, si es verdad que están, como pregonan, al servicio de España, eso no les debería importar porque con su sacrificio ganaremos todos los españoles.
A nivel planetario resulta una barbaridad quemar el petróleo, tal como hoy hacemos. El petróleo es, como otras materias primas, un producto escaso con un horizonte temporal de agotamiento y una característica añadida de naturaleza estratégica. Además, su utilización para alimentar centrales eléctricas o para el transporte por carretera, genera contaminación ambiental: CO2 causante del efecto invernadero y también lluvias ácidas originadas por el azufre que contiene, en mayor o menor medida, contaminación de las aguas, etc…
Como todo el mundo sabe, el petróleo es la base de la industria química, sobre la que se asienta en gran medida la estructura productiva de la sociedad actual. Del petróleo, además de combustibles, se obtienen por transformación los diferentes tipos de plásticos, pinturas y disolventes, tintas, resinas, fibras textiles, lubricantes, ceras, asfaltos, insecticidas, detergentes, cosméticos…
España no produce una sola gota de petróleo. No existen yacimientos en nuestro territorio, así que esta materia prima ha de adquirirse, para nuestro consumo, en los mercados internacionales, contribuyendo de forma sustancial a nuestro déficit exterior. Éste, que es básicamente la diferencia entre el valor de lo que importamos y el de nuestras exportaciones, es de los más altos del mundo (creo que a la fecha ya es el más alto) haciendo necesario emplear importantes recursos económicos en su financiación. Es suicida no hacer algo para poner remedio a esto. De continuar así, terminaremos trabajando no para nosotros mismos, sino para otros.
El modelo de transporte interno utilizado en España está basado en una deficiente red de carreteras y en una desproporcionada flota de camiones, irracional desde el punto de vista de la utilización eficiente de los recursos y tremendamente dependiente de una energía - el petróleo - cuyo coste no controlamos y cuyo suministro y continuidad depende de variables estratégicas externas.
A quien ponga en duda lo dicho, le invito a que haga el trayecto Madrid-Alicante por carretera un día laborable (también valdría cualquier otro, como el Madrid-Vigo). Largas filas de camiones, uno detrás de otro, a los que solo les falta encadenarse con el anterior y el posterior, para acabar por descubrir la solución óptima al transporte terrestre. Si: EL FERROCARRIL.
Aparentemente la infraestructura necesaria en el transporte por vía férrea es costosa. Es posible. Pero su mantenimiento, su amortización a muchísimo más largo plazo que un camión y sus costes de explotación por kilómetro y tonelada transportada, no son en absoluto comparables con los del transporte por carretera.
La tabla que sigue, elaborada con datos de Eurostat (oficina estadística de la Comisión Europea), muestra el volumen anual (en miles de toneladas) de las mercancías transportadas por las redes de ferrocarril de algunos países de la Unión.

Está claro, ¿no? En Alemania, la locomotora europea (nunca mejor dicho), el total de toneladas transportadas por tren crece año a año, pasando de unas 11,5 veces nuestro volumen en 2003 a casi 14 veces en 2006 (último año para el que se disponen de datos). Los demás países, salvo el Reino Unido y Suecia, es verdad que no crecen, pero también lo es que nos superan ampliamente en volumen transportado.
España necesita volver a invertir en infraestructura ferroviaria básica. No en los ferrocarriles de Alta Velocidad, que resultan costosísimos y no sirven para el transporte de mercancías, sino en trenes que lleguen a la última ciudad de importancia media de la provincia menos importante. Es necesario construir una red mallada, superpuesta a la radial actualmente existente (que además habrá que ampliar y potenciar), dotándola de nodos que realicen la gestión de conmutar los vagones/contenedores hacia sus destinos finales.
En paralelo, y para evitar la actual dependencia del suministro del petróleo, urge resucitar los proyectos de construcción de centrales nucleares, cuyo coste por kilowatio generado es bastante más barato que los producidos por las centrales de ciclo combinado y, no digamos por las denominadas energías renovables. Además, la producción de energía eléctrica en centrales térmicas, ya sea por carbón o en ciclo combinado (carbón+gas), produce contaminación por gases de efecto invernadero, cuya producción por encima de las cuotas asignadas a nuestro país en el Protocolo de Kyoto (1997) y por su desarrollo en los Acuerdos de Marrakech (2001), obliga a comprar los correspondientes derechos de emisión a países terceros. Estos costes, aunque no se contabilizan habitualmente entre los de generación de la energía en las térmicas, no existen en el caso de las nucleares.
Lo dicho respecto a la potenciación de la energía nuclear en detrimento de la de origen térmico, no descarta la realización de las inversiones necesarias en la investigación de otros tipos o fuentes de energía: geotérmica, eólica, solar, mareas, oleaje, biomasa …
Tampoco debe dejar de potenciarse una utilización más racional de la energía, investigando en la mejora del rendimiento de los procesos industriales y la optimización de las aplicaciones domésticas. Pero lo que está claro es que España necesita un gran pacto político por la racionalidad y el futuro. Un pacto capaz de ilusionarnos a todos. También en este tema, con energía, trabajo e ilusión, pero sobre todo con gobernantes que vean más allá de sus narices podemos llegar a donde nos propongamos.