http://www.reporterodigital.com/pamplona/post.php/2007/06/20/posible_fraude_electoral_en_navarra

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Es más: agradezco tu opinión, siempre que la formules con el debido respeto. Aunque discrepes de mis ideas, sé que te preocupan los mismos problemas que me preocupan mí. Esos problemas que acechan a España y a los que entre todos hemos de encontrar solución, si queremos evitar que el barco se hunda.
Thyratrón de Argón
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viernes, 6 de julio de 2007
jueves, 5 de julio de 2007
Otro mundo
Regreso de un corto viaje por las regiones de El Bierzo y Los Ancares leoneses con una sensación agridulce. Por una parte, resulta espectacular la belleza de esos valles frondosos, cargados de castaños, nogales, avellanos, cerezos (en estas fechas plenos del rojo intenso de las cerezas), acebos y todo género de frutales. Por otro, sus pueblos medio o totalmente abandonados, con muchas de sus casas de piedra y pizarra medio caídas o totalmente en ruina. Tal parece que se nos derrumba España. Esa España profunda en la que a veces resulta tan duro vivir. Sus inviernos de nieves y hielos. Sus carreteras y caminos que, más que unir, aíslan a sus envejecidas poblaciones.
San Vicente de Arganza, a orillas del Cúa, solo tiene una pareja de vecinos. Son madre e hijo. Ella, que anda cerca de los 70, aun trabaja en infinidad de cosas que se le ocurren a diario: recoger leña con un pequeño y vetusto tractorcillo que se mueve con un ruido infernal, criar corderos, labrar el huerto… Por descontado, las cosas de la casa también caen en su área de responsabilidad. Su hijo, profesor de francés en Ponferrada, es el otro 50% del vecindario de San Vicente. Imbuido de su amor al terruño, D. Manuel, que así se llama, ¡se está construyendo una casa nueva en el pueblo! Así, como suena. Con dos bemoles y un sostenido.
Hay que tener fe. En el pueblo no faltan casas que se estén cayendo: calculo que entre veinte y treinta y, a juzgar por los gruesos candados que cierran sus puertas, todas deben tener dueño. Pero Manuel ha clavado los pilares de su casa (los únicos de hormigón armado de todo el lugar) medio metro en la roca viva en la que se asienta el pueblo.
Nos cuentan que otro nostálgico: “el de Madrid” está también empezando a construir una casa en la parte alta del pueblo. Viene los veranos y los fines de semana. Esas dos casas parecen pues, ser el futuro de San Vicente. Mal futuro cuando no hay niños y más cuando los que retornan frisan los 50. De todas formas, esta gente tiene mérito.
Nos enteramos que la Confederación Hidrográfica del Norte, a cuya cuenca pertenece el Cúa, había previsto hace algunos años la construcción de un embalse que anegaría completamente el valle tragándose, entre otros, el pueblo de San Vicente. La lucha debió ser a cuchillo y, al final, el proyecto parece que fue paralizado (o tal vez no, y es solo cuestión de tiempo).
A pesar del evidente estado de abandono en que se encuentran la mayor parte de las construcciones, una nota de “modernidad” nos devuelve a este siglo veintiuno en el que vivimos. Hasta este pueblo ha llegado también la política. A lo largo de la carretera (llamémosla así, por decir algo) que atraviesa las casas semiderruidas, los carteles de las diversas opciones que han concurrido a las recientes elecciones municipales prometen, entre caras sonrientes, el oro y el moro. Se trata del disputado voto del Sr. Manuel.
No quiero agotar mis notas en San Vicente de Arganza (bonito nombre, ¿no?) porque otros lugares han sido también objeto de mi visita.
Camino de Los Ancares por una pista forestal sin asfaltar, pero en relativo buen estado, llegamos a Vega de Espinareda, ciudad con gasolinera que, por lo mismo, puede considerarse centro turístico y comercial de la zona. De aquí parten varias carreteras a Fabero, Ponferrada y hacia la provincia de Lugo por el valle de Los Ancares. Más vidilla que San Vicente tienen otros pueblos ubicados ya en plena zona de Los Ancares: Burbia, a orillas del río del mismo nombre parece bastante habitable. Se ven niños por las calles, hay colegio, tres bares, camping, en fin, un lujazo.
Desde el puerto de Los Ancares, emprendemos la subida al pico más alto de la zona: el Cuiña (1992 m). Pasearemos también por sus lagunas glaciares visitando los dos refugios existentes y en excelente estado de conservación. En realidad parecen ser chozas utilizadas y conservadas por los pastores de la zona. Todo esto nos lleva unas cuantas horas. Alrededor de 4. Eso si, a ritmo relajado.
Los paisajes son espectaculares. Todo está verde. Vemos huidizas cabras monteses, que desaparecen rápidamente cuando, al llegarles nuestro olor, se percatan de nuestra presencia. Quizás saben que del hombre no pueden esperar nada bueno.
Hay también abundantes rastros del lobo: son las heces y detritus formados por los huesecillos medio masticados de sus presas, que utilizan para marcar su territorio. Los hitos licantrópicos están siempre estratégicamente colocados en los collados y en los pasos obligados hacia los manantiales.
Sabemos que hay osos, pero no vemos ninguno ni los montañeros asiduos de la zona, con los que conversamos, nos dicen haberlos visto nunca. Está claro que en estos momentos, las osas deben estar criando y comiendo cuanto puedan de la gran variedad de frutas que ofrece la estación. Se trata de almacenar la grasa suficiente para poder pasar el duro invierno que se avecina.
De vuelta al puerto, no resistimos la tentación de visitar las pallozas de Balouta, primer pueblo lucense a la bajada del puerto de Ancares. Decir que una palloza es una construcción de planta circular, tejado vegetal (generalmente paja de centeno), sin apenas ventanas, con una única estancia destinada en parte a vivienda y en parte a cuadra para el ganado vacuno. Su origen hay que buscarlo en los asentamientos celtas prerromanos.
Mi descubrimiento de los Ancares, me han dejado realmente fascinado. Allí queda poca gente, es verdad. Todos han huido a la búsqueda del contrato de trabajo de ocho horas y la “comodidad” de vivir en el stress y los atascos de tráfico.
Es posible que entre las aldeas abandonadas haya todavía alguna sin luz eléctrica o cabañas prehistóricas en las que, hasta ayer, hayan convivido juntas personas y animales. Si puedo asegurar que hay pueblos fantasmas sin carretera. Aislados en invierno por la nieve. También hay gentes que utilizan aun una tecnología agrícola barrida de Europa hace más de 200 años... Pero, sobre todo, la montaña, los bosques autóctonos inmaculados, los valles profundos y los picos inaccesibles. Flora variada y fauna única: ciervos, rebecos, lobos, urogallos e incluso osos. Los Ancares son un baño de naturaleza y antropología, una vuelta a los orígenes. Otro mundo, en definitiva.
San Vicente de Arganza, a orillas del Cúa, solo tiene una pareja de vecinos. Son madre e hijo. Ella, que anda cerca de los 70, aun trabaja en infinidad de cosas que se le ocurren a diario: recoger leña con un pequeño y vetusto tractorcillo que se mueve con un ruido infernal, criar corderos, labrar el huerto… Por descontado, las cosas de la casa también caen en su área de responsabilidad. Su hijo, profesor de francés en Ponferrada, es el otro 50% del vecindario de San Vicente. Imbuido de su amor al terruño, D. Manuel, que así se llama, ¡se está construyendo una casa nueva en el pueblo! Así, como suena. Con dos bemoles y un sostenido.
Hay que tener fe. En el pueblo no faltan casas que se estén cayendo: calculo que entre veinte y treinta y, a juzgar por los gruesos candados que cierran sus puertas, todas deben tener dueño. Pero Manuel ha clavado los pilares de su casa (los únicos de hormigón armado de todo el lugar) medio metro en la roca viva en la que se asienta el pueblo.
Nos cuentan que otro nostálgico: “el de Madrid” está también empezando a construir una casa en la parte alta del pueblo. Viene los veranos y los fines de semana. Esas dos casas parecen pues, ser el futuro de San Vicente. Mal futuro cuando no hay niños y más cuando los que retornan frisan los 50. De todas formas, esta gente tiene mérito.
Nos enteramos que la Confederación Hidrográfica del Norte, a cuya cuenca pertenece el Cúa, había previsto hace algunos años la construcción de un embalse que anegaría completamente el valle tragándose, entre otros, el pueblo de San Vicente. La lucha debió ser a cuchillo y, al final, el proyecto parece que fue paralizado (o tal vez no, y es solo cuestión de tiempo).
A pesar del evidente estado de abandono en que se encuentran la mayor parte de las construcciones, una nota de “modernidad” nos devuelve a este siglo veintiuno en el que vivimos. Hasta este pueblo ha llegado también la política. A lo largo de la carretera (llamémosla así, por decir algo) que atraviesa las casas semiderruidas, los carteles de las diversas opciones que han concurrido a las recientes elecciones municipales prometen, entre caras sonrientes, el oro y el moro. Se trata del disputado voto del Sr. Manuel.
No quiero agotar mis notas en San Vicente de Arganza (bonito nombre, ¿no?) porque otros lugares han sido también objeto de mi visita.
Camino de Los Ancares por una pista forestal sin asfaltar, pero en relativo buen estado, llegamos a Vega de Espinareda, ciudad con gasolinera que, por lo mismo, puede considerarse centro turístico y comercial de la zona. De aquí parten varias carreteras a Fabero, Ponferrada y hacia la provincia de Lugo por el valle de Los Ancares. Más vidilla que San Vicente tienen otros pueblos ubicados ya en plena zona de Los Ancares: Burbia, a orillas del río del mismo nombre parece bastante habitable. Se ven niños por las calles, hay colegio, tres bares, camping, en fin, un lujazo.
Desde el puerto de Los Ancares, emprendemos la subida al pico más alto de la zona: el Cuiña (1992 m). Pasearemos también por sus lagunas glaciares visitando los dos refugios existentes y en excelente estado de conservación. En realidad parecen ser chozas utilizadas y conservadas por los pastores de la zona. Todo esto nos lleva unas cuantas horas. Alrededor de 4. Eso si, a ritmo relajado.
Los paisajes son espectaculares. Todo está verde. Vemos huidizas cabras monteses, que desaparecen rápidamente cuando, al llegarles nuestro olor, se percatan de nuestra presencia. Quizás saben que del hombre no pueden esperar nada bueno.
Hay también abundantes rastros del lobo: son las heces y detritus formados por los huesecillos medio masticados de sus presas, que utilizan para marcar su territorio. Los hitos licantrópicos están siempre estratégicamente colocados en los collados y en los pasos obligados hacia los manantiales.
Sabemos que hay osos, pero no vemos ninguno ni los montañeros asiduos de la zona, con los que conversamos, nos dicen haberlos visto nunca. Está claro que en estos momentos, las osas deben estar criando y comiendo cuanto puedan de la gran variedad de frutas que ofrece la estación. Se trata de almacenar la grasa suficiente para poder pasar el duro invierno que se avecina.
De vuelta al puerto, no resistimos la tentación de visitar las pallozas de Balouta, primer pueblo lucense a la bajada del puerto de Ancares. Decir que una palloza es una construcción de planta circular, tejado vegetal (generalmente paja de centeno), sin apenas ventanas, con una única estancia destinada en parte a vivienda y en parte a cuadra para el ganado vacuno. Su origen hay que buscarlo en los asentamientos celtas prerromanos.
Mi descubrimiento de los Ancares, me han dejado realmente fascinado. Allí queda poca gente, es verdad. Todos han huido a la búsqueda del contrato de trabajo de ocho horas y la “comodidad” de vivir en el stress y los atascos de tráfico.
Es posible que entre las aldeas abandonadas haya todavía alguna sin luz eléctrica o cabañas prehistóricas en las que, hasta ayer, hayan convivido juntas personas y animales. Si puedo asegurar que hay pueblos fantasmas sin carretera. Aislados en invierno por la nieve. También hay gentes que utilizan aun una tecnología agrícola barrida de Europa hace más de 200 años... Pero, sobre todo, la montaña, los bosques autóctonos inmaculados, los valles profundos y los picos inaccesibles. Flora variada y fauna única: ciervos, rebecos, lobos, urogallos e incluso osos. Los Ancares son un baño de naturaleza y antropología, una vuelta a los orígenes. Otro mundo, en definitiva.
Etiquetas:
fauna salvaje,
montañismo,
naturaleza,
política
martes, 3 de julio de 2007
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